Es muy difícil ver en la actualidad alguna banda musical en la que no haya cambios sustanciales en sus miembros. Obviamente hay algunas que se sobreponen al paso de los tiempos, como U2 o Radiohead, que no han tenido cambios circunstanciales en sus miembros y de hecho cuando eso les pasa, el riesgo de perder a su fanbase puede ser incluso para siempre.
Por ejemplo eso le pasó a Van Halen cuando se fue su vocalista estrella David Lee Roth o en Nirvana cuando murió Kurt Cobain, en otros casos el cambio le da un nuevo respiro a las bandas. AC – DC, se las arregló muy bien con Brian Johnson cuando el sustituyó al fallecido Bon Scott, cuando Ron Wood se volvió miembro de aquellos conocidos como sus majestades satánicas, o cuando el baterista Phil Collins decidió ocupar el sitio de Peter Gabriel en Genesis.
Sin embargo no se qué decir ahora que uno de mis grupos más idolatrados perdió casi el 75% de su espíritu al botar a su voz y sello más característico en su música. Me refiero a lo que pasó cuando el resto de Nightwish echó a Tarja Turunen y la cambió por Anette Olzon. No tengo nada en contra de Anette, es solo que la razón por la cual me infatué por esa banda escandinava de Metal, fue por el hecho de que la voz de Tarja, una voz increíblemente académica, pudiera sonar de una forma guerrera e impresionante con el talento de los otros músicos y pudiera fusionarse creando temas y ambientes propios de aquellos que nos gusta ese rock incomprendido que es el Metal.
Nightwish puede catalogarse dentro lo que es Symphonic Metal, de ese que viene del norte de Europa, de donde viene también grupos insignes de esta gran familia que es el metal, tan variado y que incluye bandas de referencia obligada como Therion, Sonata Artica, Lacrimosa o Dark Funeral, pero incluso esta denominación de Symphonic Metal que se le dio a esta banda escandinava palidece ante la evolución que la banda inició en 1996 y que al parecer no va a detenerse.
Fuente: de algun lado
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